PRÓXIMA PUBLICACIÓN: Si el universo no quiere, no vamos a llevarle la contra. Así que estaremos un pequeño periodo de unos 15 días sin publicaciones. Un saludo de Venerdi y Noelia.

10 de octubre de 2012

Ruleta rusa

Estaba sentada en el banco. No podía ser. Exactamente en el banco en el que me sentaba todos los días. Y justo era ella. Me quedé petrificado hasta que se giró lentamente, me vio y me hizo gestos para que me acercara.

Llevaba varios días mirándola en silencio, escondido en las sombras. Era la mujer más bonita que había visto en mi vida y me estaba pidiendo que me acercase... Se había dado cuenta de mi existencia. Me temblaban las manos, todo el cuerpo en realidad, y sabía que me temblaría la voz cuando tuviera que hablarle.

Me acerqué lentamente casi sin poder creerlo. No podía dejar de mirarla a los ojos. Sonreía, la veía sonreír en la mirada. El corazón se me había desbocado mientras me perdía en sus ojos, tanto que no me di cuenta de que me apuntaba con un arma hasta que estaba a apenas un metro de ella.

Me puse mucho más nervioso de lo que ya estaba. No sabía cómo debía reaccionar ante aquella visión. Si me envalentonaba saldría perdiendo, no era una opción. Podía arriesgarme y tomármelo a broma, preguntar entre risas qué era aquello, o podía hacer como que no me había dado cuenta. Mi cobardía me hizo tomar esta última opción.

Saludé con un tímido “hola” mientras hacía esfuerzos por no salir corriendo. No contestó y con un gesto casi sensual me indicó que me sentase a su lado. Metió la pistola en el bolso que había entre ambos y dejó su mano dentro para poder apuntarme.

–¿Es que no me reconoces? ­–me preguntó con una voz que me hizo estremecer.

Claro que la reconocía. Llevaba semanas mirándola y deseándola. Pensaba en ella a todas horas, se aparecía en mis sueños. Pero por más que daba vueltas y vueltas, no comprendía qué es lo que estaba pasando. Siempre había creído que ella no me conocía ni siquiera de vista. ¿No se estaría equivocando de persona? Empezaba a impacientarse, tenía que responder.

–Me he fijado en ti estas semanas... ¿nos conocemos de antes?

Sonrió levemente y con la mano izquierda se peinó el pelo hacia detrás de la oreja. Reconocí ese gesto. La miré con los ojos abiertos como platos mientras ella asentía. No podía ser cierto. Ella... ella estaba muerta...

Cómo no me había dado cuenta antes... Sólo se había teñido el pelo y puesto lentillas de color. Se había hecho pelirroja de ojos verdes, sabía que así me volvería loco... ¿Cómo no la había reconocido antes? Pero no, era imposible que fuese ella... Había pasado mucho tiempo y... qué coño, ¡estaba muerta!

–¿Cómo... cómo es posible? –conseguí preguntar mientras miraba a quien hasta hacía unos segundos había considerando un cadáver.

–¿Creías que te ibas a librar tan fácilmente de mí? –me preguntó mientras agitaba la mano que tenía en el bolso.

–Pero si yo mismo vi... en fin, vi lo que ocurrió. ¿Cómo pudiste sobrevivir? ¡Joder! –no era capaz de explicármelo... Pero ella... era cierto que estaba ahí, y me estaba poniendo en apuros. No me iba a dejar explicarme tan fácilmente.

Las imágenes de aquel día se me agolpaban. Aquel día de lluvia. El asfalto resbaladizo. El coche que se saltaba el pretil del puente y terminaba cayendo en el lecho seco del río... Después, una nube con olor a gasolina venía a certificar que todo había ocurrido. Tal y como debía ocurrir.

Yo no quería realmente acabar con ella, pero el destino no me dejaba otra opción. Sin embargo, al parecer, los deseos prevalecen.

–María... –hice un amago de explicarme, pero me interrumpió.

–Ya no me llamo María. Era demasiado común, y yo no soy una chica común. Ahora me llamo Ainara, más sexy y exótico.

Parecía realmente tranquila, como si estuviese en paz consigo misma y con el mundo.

–Vamos a dar un paseo –me indicó mientras se levantaba del banco. Aun en aquella situación no pude evitar mirar sus largas piernas y sentir el impulso de follármela allí  mismo.

“Por los viejos tiempos”, pensé mientras me reprimía y caminaba a su lado. Tardé apenas 10 segundos en darme cuenta de hacia dónde me llevaba. “El puente”, dije. Ni siquiera se dignó a confirmarlo. No era la mosquita muerta que yo había conocido.

Mientras caminábamos en silencio, me perdí en mis pensamientos, en todas las noches que pasé con ella. La veía desnuda, tumbada en mi cama, sometida a mis deseos. Veía su blanca piel que me pedía caricias y recordaba como mi lengua bajaba lentamente desde su cuello hasta el cielo.

“Te quiero”, me decía mientras lo hacíamos. “Te quiero”. Pero ella se equivocaba, no tenía nada que ver con el amor. Me vino el recuerdo de la noche en que la conocí. La rompí. Destrocé su virginidad sin contemplaciones. Recordaba la tensión con la que su cuerpo rodeaba mi pene mientras la penetraba por primera vez. Ella lloraba y se mordió los labios para no gritar.

“Te quiero”, murmuró por primera vez aquella noche cuando me corrí dentro de ella y dejé que mi pene se reblandeciera aún dentro de su cuerpo. “Te quiero”.

–¿Sabes? –rompió el silencio-. Debes olvidar todo lo que sabes de mí. Ahora soy otra mujer. Ahora yo podría destrozarte a ti si nos acostamos, te sacaría la vida por cada poro de tu piel.

Se rio un poco e hizo notar que se había dado cuenta de mi erección. “Pobre infeliz...”, murmuró. No pude evitar soltar una carcajada.

–Lo más turbador de todo esto es que aún no me hago a la idea de que estés viva. ¿Sería necrofilia si te follara? Ojalá me condones la deuda que crees que tengo contigo. No me importaría ver si es verdad lo que dices... –el puente ya no estaba lejos y había que intentar cualquier cosa. Mejor morir entre las piernas de una mujer que cayendo de un puente.

–María está muerta –contestó secamente.

–Sí, y Ainara está mucho más buena –me lanzó una mirada, no sé muy bien si asesina o lasciva.

–¿Acaso prefieres irte con ella? –preguntó señalando el puente, que se veía a lo lejos.

Su voz era sexy e imponente. Cada vez que escuchaba una palabra suya, mi piel se estremecía. Me costaba mantenerme sereno y no arrancarle la ropa, aunque después de todo lo que había pasado... ¿Acaso estaba loco por seguir deseándola?

–¿Con María? Todo apunta a que me llevarás con ella, quiera o no quiera. Puedes ahorrarte las preguntas inútiles.

Nos quedamos en silencio cuando llegamos al puente. Ya habían arreglado el pretil y nadie hubiese dicho que allí hubiese ocurrido un trágico accidente.

–Aquí, aquí fue donde la mataste –dijo mientras se apoyaba en la barandilla y miraba hacia abajo. Se giró hacia mí y antes de que me diese cuenta me estaba besando.

No supe qué hacer. Al principio simplemente dejé qué me besara y finalmente la correspondí. Mi erección se hacía más potente mientras mi mano se iba deslizando lentamente hacia su sexo.

–¿Tanta prisa tienes? Recuerdo que la primera vez fuiste más caballero, aunque después me penetraste con fuerza...

–La primera vez eras virgen.

–Ainara es virgen.

Siguió besándome, le encantaba provocarme. Yo no sabía si debía tener miedo, pero mi cerebro no tenía la sangre suficiente para pensar.

Me dejé hacer. No recuerdo cuando cogimos el taxi. Tampoco cuando la desnudé. Como tampoco recuerdo cuando empezó a chupármela.  Pero allí estábamos, los dos desnudos, con mi pene erecto lleno de su saliva, en una habitación que me era totalmente desconocida con una mujer desconocida, Ainara, y preguntándome dónde había aprendido una mujer virgen a chuparla así. Me tiró a la cama y abusó de mí.

Ahora yo parecía la niña virgen asustada, mientras ella cabalgaba encima de mí, dando gritos de placer y diciéndome cuánto tiempo había esperado que eso ocurriese. Yo estaba extasiado, imaginaba que todo estaba siendo un sueño macabro, que María seguía muerta y Ainara nunca había nacido más que en mi imaginación. Pero un placer tan potente no podía ser fruto de un simple sueño, sus gemidos y sus caricias eran reales, aquella habitación, con cortinas rojas, era real. Observaba sus pechos, turgentes. Se movían al compás de su baile sobre mí, quería besarlos, morderle los pezones, pero no me dejaba incorporarme, quería que fuese un muñeco al que manejar a su antojo.

No pudo dejar de moverse hasta mucho después de haberse corrido. Su cuerpo se presionaba contra mi pene haciéndome daño, le temblaban las piernas y la espalda se le curvaba a cada espasmo de sus caderas mientras tenía un orgasmo tras otro. Intentaba juntar las piernas, las separaba, tenía otro espasmo, se agitaba hacia delante, hacia un lado, no podía parar, se llevaba una mano a su sexo tratando de calmarlo y al tocarse volvía de nuevo hacia el placer.

En uno de sus espasmos mi pene se salió de ella y sentí el frío de la noche. Lo presionó entre sus manos que temblaban y se agitaban a cada calambre que recorría su cuerpo y me corrí entre sus dedos. Se llevó mi semen a la boca y comenzó a restregárselo por los pechos mientras seguía estremeciéndose. Al final consiguió calmarse y se recostó a mi lado, aún temblando.

“Ainara”, pensé. Pero justo cuando la vi cerrar los ojos, sonreír y llevarse el pelo hacia detrás de la oreja, en ese gesto tan suyo, me di cuenta: “María”. “Te quiero”, pensé mientras me dejaba morir de sueño a su lado.

A la mañana siguiente desperté en mi habitación. Pensé que todo había sido un sueño, pero entonces sentí su olor en mi ropa y el calor de su sexo en mi cuerpo. Busqué por mi habitación. Ella no estaba, y tampoco ninguna evidencia de que hubiese estado. Mi dormitorio estaba oscuro y el hambre que sentía me devolvió a la realidad del momento. Tenía que ir a la universidad, aunque enfrentarme a aquel banco de nuevo me daba pánico. Quizás pudiese verla y hablar con ella con calma.

No la encontré por ninguna parte en la universidad y tomé el último autobús para volver al piso. Una vez allí, encerrado en la habitación, no dejaba de pensar en el calor de su cuerpo, en aquellos ojos desconocidos que me miraban desde arriba mientras perdía el control. No lo soportaba más y bajé al bar de la esquina. Necesitaba beber algo.

–Whisky. Doble –indiqué al camarero.

El equipo de música estaba estropeado, así que me senté a ver las noticias en una de las mesas vacías que había frente a la televisión. Me quedé helado. “Accidente en el Puente de Rusia”, decía el titular sobre el que se veía la imagen de un coche incendiado en el lecho seco del río.

Reconocí el coche. Era el Fiat Brava al que yo mismo corté los frenos unos años atrás... Pedí al camarero que subiera el volumen y escuché a la presentadora: “Con esta trágica noticia termina el repaso de las noticias destacables de los 23 de mayo de la última década. Hoy, por suerte, es un 23 de mayo tranquilo que no nos deja nada reseñable”.

–Sabía que estarías aquí... –me sobresaltó su voz-. Dos años, ¿qué mejor que un whisky doble para celebrarlo? –hizo un gesto al camarero para que le sirviera otro whisky.

Puso el bolso encima de la mesa y entendí perfectamente la indirecta. Allí estaba la pistola, entre nosotros dos.

–Sólo necesito una bala para acabar contigo.

–Ainara, yo... No sabía que era justo hoy... –ni yo mismo comprendía cómo podía habérseme pasado la fecha-. ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a...?

Ella me miraba divertida. Disfrutaba sabiendo que yo sufría, y alargaría esa situación todo lo que pudiera.

–¿Disfrutaste ayer? Yo perdí la cuenta de mis orgasmos...

La miré fijamente. Aquello no era un juego. Me había dado cuenta nada más ver cómo me apuntaba con aquella pistola pero me había dejado llevar por ella, por su cuerpo y ahora quería que me diese cuenta de que ella había sido la que había jugado conmigo. Aquello no era un juego... al menos no para dos. Allí era ella la que jugaba y yo simplemente una ficha del tablero.

–¿Por qué? –musité.

–Quisiste deshacerte de mí... y no lo  conseguiste. Llevo dos años observándote... ¿crees que no he visto como besabas a esa zorra? Cómo se llama... sí, María. Tenías que buscar a otra con mi mismo nombre, para no equivocarte al susurrarlo... Tardaste poco en olvidarme, y tenía que recordarte que sigo existiendo.

Aquello me dejó de piedra. Sólo había estado con María un par de meses y luego se marchó. Las Marías se me escapan siempre de las manos. Pero si Ainara sabía aquello, significaba que llevaba mucho tiempo rondándome. No sabía qué se proponía, no sabía si quería venganza, si estaba celosa o si simplemente jugaba. Pero empezaba a sentir verdadero pánico ante aquella situación.

Bebí un buen trago de whisky para armarme de valor, pero no fue suficiente, no sabía qué estaba pasando. Yo no había querido aquello, lo que pasó con María. Simplemente había que hacerlo.

–Creo que soy yo la que debería preguntar por qué –afirmó cortante.

“Simplemente había que hacerlo”, pensé, pero sabía que aquella respuesta no era la adecuada. Miré sus ojos, esos ojos de ese color tan diferente. Miré su pelo, ese pelo de ese color tan diferente...

–Quizá debamos ir a algún sitio más íntimo para terminar con esto –sugirió.

Ambos apuramos nuestro whisky de un trago y fuimos a mi piso.

–Tal vez esto prefieras contárselo a María... vuelvo en seguida –dijo alejándose por el pasillo.

Se metió al baño y, unos minutos después, apareció sin lentillas, con sus ojos castaños, y una peluca negra.

Me quedé de piedra ante el cambio. Incluso parecía más inocente, era como si nunca hubiese muerto, como si estuviese de nuevo allí. Pero en su mirada había algo ajeno, algo más sexy y erótico, algo que no encajaba. “Me he vuelto definitivamente loco y me lo estoy imaginando todo, o ella está como una puta cabra”, pensé cuando conseguí reaccionar ante el shock de ver un fantasma.

–Es la última vez que vuelve, y sólo para que le expliques por qué.

De repente, una idea cruzó mi cabeza. Con un gesto rápido me hice con su bolso y cogí la pistola.

–¿Qué haces? –gritó-. ¿Estás loco? No hagas...

Disparé. Escuché un sonido sordo y después... después nada. No había bala. Me había acojonado con un arma descargada. Sentí deseos de golpearla. La agarré del pelo y la besé mientras le arrancaba la ropa. Ahora era María. Ahora dominaba yo. La cogí en brazos y la senté sobre la mesa, a una altura perfecta para que mi polla la penetrase. Ella gritaba, no sé si de dolor o de placer.

Le arañé la espada, los pechos, le mordí hasta marcar mis dientes en su piel. Volvía a ser aquella chiquilla que lloraba mientras la destrozaba, porque no éramos dos personas follando, era sólo yo, masturbándome con ella. Yo también sabía jugar y aquel era mi juego.

Me corrí en su boca y después hice que ella se corriera en la mía. Lloraba y a la vez pedía más. Hice que me perdonara y me pidiera perdón. Mientras me la follaba y le hacía daño, podía ver como disfrutaba, y entonces supe que las dos, Ainara y María, serían mías para siempre. Intentaría hacerse la dura, pero su pistola siempre estaría descargada, igual que yo había descargado la mía en su cuerpo y lo haría una y otra vez siempre que quisiera.

Había vuelto, sí, pero era como si nunca se hubiese ido y si había que volver a hacer que se fuese, lo haría. Mientras me corría por segunda vez en su boca me di cuenta de ello. Volvería a ser virgen una y otra vez para mí, yo me encargaría de que así fuese. Cuando me cansase... en fin, ya habían reparado el puente.

Cuando terminé de usar su cuerpo intentó cubrirlo con la ropa destrozada que había en el suelo y recogió aquella amenaza vacía con la que me había estado atormentando.

–¿Has oído hablar alguna vez de la ruleta rusa? –me preguntó mientras se colocaba la pistola en la sien-. Sólo necesito una bala, ¿recuerdas? –apretó el gatillo y sonó un clic seco. No había bala. Volvió a apretar el gatillo. “Clic”. No había bala.

Sonrió levemente, con complicidad, y apretó de nuevo el gatillo.

Noelia y Venerdi. 4 de Septiembre de 2012.

8 comentarios:

  1. Es un relato sorprendente que deja estupefacto al lector desde el principio, produciéndose a su vez giros argumentales constantes que, al menos a mí, me han hecho dudar de qué correspondía a la realidad y qué a la ficción.

    Parece enteramente escrito por una sola persona, y eso sólo puede significar una cosa, que os complementáis a la perfección. A mí personalmente me parece muy complicado llevar a cabo un texto semejante con la improvisación y la imaginación como únicas armas. Me encanta vuestro estilo. Y además le habéis puesto mi título, todo un detalle.

    Sois dos portentos literarios de cuidado. Enhorabuena.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias. Me alegra que seas la persona que estrena nuestros comentarios, y más siendo con unas palabras tan halagadoras.

    La verdad es que me siento muy cómoda escribiendo con Venerdi y, además, me viene bien, porque siempre me hace trabajar mientras escribo y corregir, que es lo que me falla.

    Muchas gracias.

    ResponderEliminar
  3. Es un muy buen relato, especialmente si se tiene en cuenta que viene de escritores "amateurs" y no de reputados Zafones de la prosa. Desarrollar un texto tan extenso sin cometer faltas de ortografía, sin perder el hilo narrativo en ningún momento, sin resultar aburrido y aun así sin sacrificar ni un ápice de la atmósfera empleada tiene mérito, y mucho.

    Hay un par de licencias del relato que no terminan de encantarme, como el soez lenguaje de algunos tramos (esto ya es subjetivismo mío, realmente está bien empleado) o las alteraciones de la personalidad del protagonista, desde una tal vez excesiva timidez inicial hasta su verdadero rostro. Considero que habría sido más lógico dotarle de una actitud más confiada inicialmente para limar el contraste sufrido al final. Y hablando de finales, el del relato es un excelente broche de oro y un regalo al lector por ofrecer un desenlace tan justo y bien buscado como fresco e inesperado (francamente, suponía que la cosa iba a acabar con la chica muerta por segunda vez).

    Felicidades a los autores por conseguir crear una historia con tanto gancho en tan pocas palabras, un arte que se está perdiendo en los últimos años por culpa de una progresiva falta de ideas y una falta de conocimiento generalizada por Internet. Un saludo a ambos y enhorabuena.

    ResponderEliminar
  4. Muchas gracias por tu comentario Gonzalo. La verdad es que el relato ha llevado un trabajo de revisión importante y que complicaba el oficio de escribir, si bien es cierto que la historia fue fluyendo y desarrollándose fácilmente.

    Muchas gracias Wandal. Tomamos nota en los dos apuntes, aunque creo que las dos características se ajustan al devenir de la historia hasta el clímax final. Como decía a Gonza, realizar un relato con otra persona conlleva dificultades para ajustar estilos y ello precisa muchas revisiones, así como por la estructura que utilizamos para escribirlo a partir de pequeños textos aportados por cada uno. Lo tendremos en cuenta.

    ResponderEliminar
  5. Nada más que añadir a lo dicho por Venerdi. Supongo que la reacción natural de cualquiera al ver a una persona que dábamos por muerta y que encima porta un arma, sería "acojonarnos" (dicho mal y pronto); el personaje va cogiendo confianza después siemplemente porque se da cuenta que está lidiando con una persona a quien ya conocía y, por tanto, deja de temer.

    ResponderEliminar
  6. Una gozada, este relato. Felicidades, que escribir a duo no es nada sencillo. La trama te atrapa y el desarrollo te seduce, y tan lleno de imágenes sucediéndose que parece un corto de cine, o lo que es, un relato muy bueno. Chapó.

    ResponderEliminar
  7. Muchas gracias ender. Agradecemos enormemente tus comentarios, especialmente si te molestas en venir al blog para leernos.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  8. Gracias, ender. La verdad es que sí que parece tener un aire cinematográfico. Supongo que será por la estructura que utilizamos al escribirlo, de forma que surgieron muchas y breves imágenes, como escenas que duran unos segundos. Tus visitas dan vida al blog. Qué gusto despertar y encontrase esto.

    ResponderEliminar