“Adiós, Rebe”. Esas fueron sus últimas palabras. Así puso punto y final a aquellas semanas de pasión desmedida. “Vuelve...”. Rebeca le llamaba en vano. Ya no estaba. Se había marchado.
La desolación se convirtió en una mueca que desfiguró por unos instantes el rostro de la joven. “No voy a llorar”, se había prometido así misma. Contenía las lágrimas en sus ojos, sabiendo que no tardarían en desbordarse.
Durante un rato pensó que volvería. Después se dio cuenta de que había pasado más de media hora y su ligera esperanza se desvaneció. No sabía si sería para siempre, pero aquella media hora a ella se le había tornado eterna.
Decidió escribir mientras esperaba. “Escribiré hasta que vuelva, hasta la eternidad si es necesario”. Se hacía promesas que sabía que no podía cumplir porque no dependían de ella. Se prometía que volvería a verle y cada noche, desde aquella, volvía al parque donde le vio por última vez y reescribía las mismas frases una y otra vez en la misma vieja libreta.
Su alma murió allí esa noche. Ella lo hizo varios años después, la única noche que no pudo acudir al parque. Las fiebres no le permitieron levantarse de la cama. La única noche que él la estaba esperando.
Noelia. 11 de Noviembre de 2011.