PRÓXIMA PUBLICACIÓN: Si el universo no quiere, no vamos a llevarle la contra. Así que estaremos un pequeño periodo de unos 15 días sin publicaciones. Un saludo de Venerdi y Noelia.

28 de diciembre de 2012

Matrioska

1
La tarde estaba gris, lloviznaba. En el silencio del salón el reloj de pared marcaba los segundos con cruel insistencia, su martilleo era el único ruido que se oía en la casa, esparciéndose por los rincones. Miró a través de la ventana el aire desangelado de la calle, pocos transeúntes a primera hora de la tarde, el tic tac de la esfera imponía su presencia y solo el paso del autobús era capaz de interrumpir su tiranía cada diez minutos... Pero diez minutos pueden resultar una eternidad en una casa vacía. De las cuatro habitaciones solo la suya estaba ocupada, el resto aguardaba las visitas de turno. Ellos venían a menudo, le querían, pero su presencia era la excepción en la soledad que enquistaba sus horas. Gritos afuera, la bronca casi diaria dos portales más abajo, no tardaría en llegar la policía acompañada de la ambulancia. Insultos soeces, gritos desesperados, antes le sobresaltaban y ahora le entretenían.

Sentado en el sillón sucumbió por minutos a la mortecina luz que le llegaba de la calle, impregnándose en su melancolía. El televisor le amenazaba desde su ubicación pero prefería aquel silencio claveteado por las agujas, la pantalla del portátil dañaba ya su vista y leer a aquellas horas le producía somnolencia, claudicaciones de la edad. La casa vacía, la soledad reverberando y el silencio acuchillando los minutos, no pasaba nada. Pero siempre había sido un luchador y no se resignaba, tomó el cuaderno y el Pilot. No pasaba nada pero haría que pasara...

La conocí en la estación de Atocha, a la vuelta de un fin semana que pasé con una viuda sevillana a la que visitaba de vez en cuando por aquello de  la química sexual, mientras contemplaba las tortugas del estanque del depauperado jardín tropical, tomando una cerveza en la terraza próxima y admirándome de cuanto habían crecido desde que cabían en la palma de mi mano. Estaba sentada en un poyete y garateaba sobre un bloc, a su lado un ejemplar de “Mujeres” de Bukowski, yo releía el “Sexus” de Henry Miller que me había acompañado en el viaje. Tenía los ojos grandes y achinados, marrones, inquietos, relámpagos que escrutaban con avidez su entorno cuando los levantaba del bloc. Sus labios eran carnosos, ligeramente hinchados como si estuviesen en perpetuo estado de excitación y acotados por los extremos de su peinado paje de corte informal en un cabello negro y lustroso. En una de sus pasadas visuales reconoció mi libro y mostrando el suyo me sonrió, la invité a sentarse a mi lado con un gesto de mi mano. Pechos menudos y caderas deliciosas se marcaban bajo el vestido negro de vuelo que le llegaba hasta por encima de las rodillas, aprecié mientras se acercaba.

Me miró con descaro mientras le repasaba las curvas, luego hizo lo propio y se relamió en mi entrepierna, o a mí me lo pereció. No era Lolita pero a sus veinticuatro le sacaba treinta años, como averiguaría después.

— ¿Qué quieres beber? —pregunté.

—Eso mismo —señaló mi botella de cinco estrellas— ¿Cuál de los dos te gusta más?

Se refería a los libros. Llamé al camarero y pedí mientras me lo pensaba.

—Depende de la escena, la angustia existencial la relego a un segundo plano que ya tengo bastante con la mía. Pero a tu edad me lo creía todo.

Me contempló entre divertida y confusa, nos tanteábamos mutuamente. Tomé su bloc, hizo un gesto como si fuera a arrebatármelo pero finalmente me dejó hacer.

— ¿Qué estabas escribiendo? —pero ya estaba leyéndolo.

“La gente que sube, la gente que baja, la gente sentada, la gente de pie, la gente con maleta, la gente con paquetes, la gente con macuto, la gente con bultos, la gente que espera algo, la gente que  no espera nada, la gente que espera el regreso, la gente que espera irse, la gente que no espera nada, la gente que lo espera todo, la gente que llora la vuelta, la gente que llora la muerte, la gente que llora todo, le gente que no llora nada, la gente que no llora” La letra iba aumentando de tamaño conforme lo había escrito. Soledad, obsesión, histerismo casi.

— ¿Estás con la regla? —le pregunté.

Su primera reacción iba a ser de indignación, pero no llegó a concretarse. Acabó en risa.

— ¿No follas con regla? —intentó sorprenderme.

—Ningún problema, a mí no me duele.

—A mí tampoco, disfruto más.

—Las hay sufridas y gozosas, serás de las últimas.

— ¿En tu casa? —dijo desafiante.

—Vamos.

Las botellas de cerveza se quedaron con su líquido, nos habían entrado prisas.

Pusimos al taxista como una moto. En las escaleras del edificio donde resido mi polla y sus labios trabaron conocimiento.

Comenzamos una relación que duraría tres años. Se llamaba Marisa pero yo la bauticé Matrioska, por su aire a una muñeca rusa que me habían regalado. Ambos éramos conscientes de que nuestra relación estaba abocada al fracaso, pero desafiábamos al destino. Ninguno guardaba fidelidad, no la necesitábamos para desearnos, era a los otros a los que les éramos infieles. No estoy seguro de que era lo que buscábamos en nuestros apasionados encuentros, tampoco de lo que encontrábamos, lo que puedo asegurar era que éramos como la nicotina que el otro necesitaba aspirar. Y sí, acaso nuestro vínculo tuviera algo de enfermizo. Mis propósitos eran más transparentes, me negaba a perder la juventud y trataba de aferrarme a ella en su piel. Su edad formaba parte del encanto y yo, vampírico, trataba de succionársela. El mañana siempre era hoy y el resto poco importaba porque me sentía vivo en cada poro y en cada terminación nerviosa. Los motivos de ella quizás fueran menos nítidos, sin duda existía un componente de Lolita, pero importaba más su afán por sublimar el sexo en busca del amor, empecinada como una niña chica. Nuestras estaciones de destino eran diferentes pero montábamos en el mismo tren.

Al principio solo fue el morbo. Bueno, el morbo y las pastillas azules. Cuatro horas de erección permanente dan mucho de sí. Cuando me corría solo tenía que chupármela un poco y de nuevo estaba dispuesta. Normalmente en esas cuatro horas solo me corría dos veces, el resto era una polla enhiesta dispuesta para su gozo, y ella la sabía aprovechar. Jugábamos a la oca del Kama Sutra, maravilloso cuando la penetraba y aquello no parecía tener fin, me devolvía la juventud y cada orgasmo suyo era como una bocanada de vida. Pero incluso así mi resistencia física tenía un límite, no era ningún atleta. En ese punto ella me cabalgaba y yo me convertía en espectador. Arreciaba el ritmo hasta llegar a la meta y luego vuelta e empezar, en esos momentos mi polla ya no era mía, le pertenecía y hacía con ella lo que quería.

Que suerte tienes, cabrón, pensaba mientras bebía a través de mis ojos su cuerpo desnudo de amazona galopándome, mis dedos rozando sus fieros pezones y mi polla impactando en cada rincón de su vagina. Sexo, sexo, sexo...follábamos desbocados. Y el morbo, siempre revoloteando a nuestro alrededor, provocando, ella explotando su papel de Lolita perversora, mitad niña y mitad mujer.

Cuando me acaramelaba gustaba de contarme sus experiencias sexuales con el amante que tuviera de turno, sabía que me ponía el oírla contar como se la follaban los otros. Y a ella le ponía que me pusiese. En mi avariciosa ruindad traté de convencerla de que sexo y amor eran caminos paralelos pero no convergentes y terminó creyéndome, estuvo ocho meses conviviendo con un tal Diego una simulación de amor y no por ello dejamos de vernos. Pobre Diego infeliz, la relación estaba montada sobre un andamio cojo y no podía sobrevivir.

Cualquiera tiene el día tonto y en ese decidí que tenía que dejarla volar, que viviera sus triunfos y sus fracasos sin mi sombra amenazante. Lloró cuando se lo solté de sopetón, de otra manera no hubiera podido, pero supo que llevaba razón. Bukowski y Miller tenían que pasar a la historia. A ninguno se nos ocurrió quedar como amigos, preferimos quedarnos como un recuerdo embriagador en la mente del otro. Yo ahora ando en eso de los mantras, no fumes no bebas no jodas, pero les hago un corte de mangas a ellos y al doctor. Y por aquí sigo, viendo crecer a las tortugas bajo las hojas de palma a mi vuelta de Sevilla.

2
Habían sido diez días a doce horas, con el agravante de que uno de ellos solo durmió cuatro horas y otro nada porque fue la cena con los compañeros. Una cura de sueño de nueve horas le había devuelto a la normalidad. Le habían encargado una historia y quería terminarla esa tarde. Comenzó a teclear...

La tarde estaba gris, lloviznaba. En el silencio del salón el reloj de pared marcaba los segundos con cruel insistencia, su martilleo era el único ruido que se oía en la casa, esparciéndose por los rincones. Miró a través de la ventana el aire desangelado de la calle, pocos transeúntes a primera hora de la tarde, el tic tac de la esfera imponía su presencia y solo el paso del autobús era capaz de interrumpir su tiranía cada diez minutos...

3
Estaba harto, los personajes se le escapaban por entre los dedos y ninguno parecía hacerle caso. No era justo, tendría que reconducirlos. ¿Cómo era? Escritor escrito. No, mejor Matriuska. Abrió el portátil y empezó la historia...

Habían sido diez días a doce horas, con el agravante de que uno de ellos solo durmió cuatro horas y otro nada porque fue la cena con los compañeros...

4
...

ender. 28 de Diciembre de 2012.

3 comentarios:

  1. La atmósfera del inicio, en la casa vacía, me encanta. Está plagado de pequeños detalles, de pequeñas imágenes que van formando el puzle: los gritos fuera, el vacío en la casa, el implacable reloj... Se me hace duro porque para mí se me torna en mis propias noches de insomnio frente al blanco azulado de la página vacía del ordenador.
    Toda la escena del encuentro con Matrioska se me hace absolutamente deliciosa. Con esos pequeños apuntes sobre el narrador-protagonista (en este caso): “La angustia existencial la relego a un segundo plano que ya tengo bastante con la mía.” y cómo se encamina todo como una batalla ya ganada “intentó sorprenderme/dijo desafiante”; que le dan al relato un tono que casi te responde a las sonrisas cómplices que te saca. “Qué suerte tienes, cabrón” pensamos y nos piensa el protagonista.
    Me encanta cómo sales de esa historia con la frase “Cualquiera tiene el día tonto”. Al final no creo que todo terminase de ocurrir así, pero creo que la mayoría de decisiones se esconden tras una mañana en la que actuamos sin saber muy bien cómo ni por qué. Ahí se cierra una parte del relato, casi el núcleo, de nuevo con apuntes al protagonista “Ahora ando en eso de los mantras” (sencillamente genial) y la vuelta de Sevilla y las tortugas, que nos lleva definitivamente al “comienzo” del círculo. (Me encanta pensar en las tortugas como “paso del tiempo” en contraposición a una Sevilla que en realidad lleva a una relación que continúa igual desde el principio).
    Ahora viene la parte “2” con una enorme y grata sorpresa y que me lleva a imaginarme al autor realmente disfrutando del juego. Entonces me he equivocado, no es un círculo, y si lo es, son círculos concéntricos. Se amplía la historia, crece el universo, y lo hace con total naturalidad. Muy bien conseguido.
    Y ahora la parte “3” que ya me hace sonreír ante lo inesperado. Y el relato sigue creciendo y expandiéndose, acelerándose tras su Big Bang inverso, retrotrayéndose, creándose así mismo en el pasado para poder existir en el futuro. 4, 5, 6...
    Absolutamente enriquecedora esta colaboración de ender, que abre un nuevo camino para el blog. Muchas gracias por tu apoyo, por tus comentarios, y ahora por este enorme relato que hemos tenido el placer de acoger y, sin duda, el enorme placer que me ha dado poder comentarlo así, permitiéndome saborear cada pequeño detalle del relato. (¿me tengo que disculpar por la extensión? espero que me lo permitáis)
    “La gente que espera algo, la gente que no espera nada [...] la gente que no espera nada, la gente que lo espera todo”

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  2. Siento mucho haber hecho esperar tanto con mi comentario. La verdad es que he estado muy despistada últimamente y, teniendo en cuenta que llevo dos semanas de vacaciones, es casi imperdonable, pero ya estoy aquí. Si la sabiduría popular es buena, "más vale tarde que nunca".

    Viendo el comentario de Venerdi, creo que ya queda más bien poco que decir.

    Me encanta como creas esa atmósfera inicial, hasta que coge el boli y se pone a escribir, antes de saber nada de lo que ocurrirá a continuación.

    La idea del encuentro en la estación de tren, para mí es algo más que sugerente. Siempre me han llamado mucho la atención las grandes estaciones, como Atocha o Chamartín, donde siempre hay gente, donde siempre ves a alguien que podría parecerse a ti. Te fijas en un pequeño detalle, un libro que llevan en la mano, un bloc en el que escriben o cualquier otro detalle tonto con el que te sientas identificado, y te dan ganas de acercarte a hablar. No sé si no deja de ser algo puramente literario, pero la idea de encontrar el amor en un lugar así, no me parece tan descabellada. Y en este relato, está muy bien llevada a cabo, con mucha naturalidad. Un primer encuentro sublime y muy real.

    Me encanta también el hacer tan redondo el relato al final, la estructura circular. El momento de confusión de no saber lo que escribe y lo que vive.

    Enhorabuena, una gran inauguración para la sección de colaboraciones. Espero verte de nuevo por aquí.

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  3. He disfrutado mucho con e relato. Supongo que a estas alturas ya sabéis que el "naturismo" de Miller o Bukowski es lo que mas me divierte a la hora de disfrutar un relato, y este , por supuesto, tiene ese toque. El encuentro y los diálogos me han encantado, tienen mucha fuerza, aunque no se puede decir que los protagonistas lo sean.
    Igual que Noelia y Dano me ha alegrado que fueras tú la primera colaboración. ¿Quien mejor?

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