PRÓXIMA PUBLICACIÓN: Si el universo no quiere, no vamos a llevarle la contra. Así que estaremos un pequeño periodo de unos 15 días sin publicaciones. Un saludo de Venerdi y Noelia.

15 de abril de 2013

Disco duro


Se acercó sonriendo y se paró frente a mí, sin dejarme seguir mi camino.

-¿Hola? –me preguntó extrañada.

No la conocía absolutamente de nada. 

-Te estás equivocando de persona.

 La esquivé y continué subiendo las escaleras del metro. 

-¡Luis! –gritó mi nombre.

Me giré y volví a quedarme mirándola. Había algo familiar en esos ojos que me observaban expectantes, pero no la conocía de nada.

Negué con la cabeza sin entender muy bien por qué sabía mi nombre. Me giré y seguí subiendo las escaleras para salir del metro. 

Escuché unos pasos apresurados a mi espalda y noté cómo se colocaba a mi lado. 

-Deja de tomarme el pelo –me dijo.

Al volverme vi que aquella mujer sonreía.

Me quedé mirándola. Nada, no la conocía de nada. 

Negué de nuevo con la cabeza.

-Te estás equivocando de persona. No te conozco. 

-Claro que me conoces, idiota –dijo testaruda.

Intenté continuar mi camino pero me cogió del brazo. 

-Basta ya, Luis  –suplicó.

Me giré a mirarla y vi que la sonrisa se había borrado de sus labios.

-A ver, ¿de qué me conoces? –le pregunté mientras tiraba para que me soltara el brazo. 

-¿Pero quieres parar ya?

-¿Parar de qué?

-De hacer el tonto. 

-Me temo que no te conozco.

De repente empezó a reírse y me volví para ir a casa.

-Yo también sé jugar –escuché que decía.

De nuevo volvió a colocarse a mi lado. 

-Por favor, quieres dejar de seguirme. 

-Perdona, debo haberte confundido con otra persona –me dijo sonriendo-. Me llamo Elia y tú…

Fui a contestarle pero me interrumpió.

-… Luis Ferrer –terminó.

Me detuve de golpe. 

-A ver, me estás gastando una broma. 

-La misma que me estás gastando tú. 

-¿Cómo sabes mi apellido?

-Ah, pura casualidad –contestó Elia-. Encantada de conocerte.

Se me acercó y me dio dos besos.

-¿Te apetece tomar un café? –propuso-. No, café no, a ti seguro que no te gusta. Quizá más un refresco. 

Me empecé a reír. Alguien me estaba tomando el pelo. 

Fuimos en silencio hasta una cafetería y ella pidió por mí una coca-cola y ella se tomó un cappuccino. 

-A ver, ¿Quién eres?

-Elia –dijo riéndose.

-Sí, eso ya lo has dicho. ¿De qué me conoces?

-Pues estaba en la estación y te he visto pasar y me he dicho ‘Voy a tomarle el pelo a ese tío de ahí. Seguro que se llama Luis Ferrer’ –empezó a descojonarse.

-Qué cabrón, esto seguro que tiene que  ver con Juan. 

-¿Juan? ¿Tu hermano?

-Sí, mi hermano –dije mirándola con desconfianza-. ¿Lo conoces del curro o algo?

Se rió ante mi pregunta. 

-Sí, lo mismo lo conozco de eso –concedió mientras se bebía el capuchino. 

-¿Elia es tu verdadero nombre?

-No, Elia es un nombre en clave. 

-Claro –afirmé sin demasiada convicción. 

-¿A dónde vas?

-Antes de que me liaras, iba a mi casa.

-¿Seguro que ibas en la dirección correcta?

-Seguro. 

Continué bebiéndome la coca-cola mientras la miraba tomarse el café y veía cómo se reía entre trago y trago. 

Me levanté y fui a la barra a pagar y empezó a sonarme el móvil. 

“Elia” ponía en la pantalla.

Miré hacia la mesa en la que estaba ella y vi que tenía el móvil en la mano.  Hizo un gesto para colgar y mi móvil dejó de sonar. 

-¿Por qué tengo tu número memorizado en mi móvil? –le pregunté cuando llegué a la mesa.

-Magia. 

-Cabrón del Juan…

-Sí, eh… qué cabrón…

-Mira qué foto tengo –dijo tendiéndome el móvil. 

Me quedé de piedra y lentamente me senté frente a ella en la cafetería. En la foto estábamos Elia y yo, juntos.  Yo pasaba mi brazo por sus hombros y ella apoyaba su cabeza en mi pecho.

-¿Cómo has hecho esta foto?

-Magia también.

-No me está haciendo ni puta gracia la bromita –le dije-. ¿Quién eres?

-Ya te lo he dicho. Elia. 

Le devolví el móvil y me quedé mirándola. Cuanto más la miraba, más creía ver algo reconocible en sus rasgos, pero no tenía ni puta idea de quién era. Quizá la hubiese visto alguna vez, pero esa foto no había existido nunca. No era real. 

-A ver, si sabes quién soy, dime de dónde es mi familia. 

-De Alicante. 

-Sí… ¿De qué trabajo?

-Recursos humanos.

-Mi comida favorita. 

-El pan tostado. 

Aquello no me estaba gustando nada.

Miré a mí alrededor por si había cámaras o alguien que me conociese, pero no encontré nada fuera de lo común. No me estaba gustando nada todo aquello. 

-¿Cómo sabes todo eso?

-Porque vivimos juntos. 

-¿Cuándo?

-Ahora vivimos juntos. 

-No, no te conozco de nada. 

-¿Quieres parar ya, Luis? Esto ya no tiene gracia –dijo con tono de disgusto.

-En eso estoy de acuerdo –le dije levantándome. Me acompañó a la salida. –Encantado de conocerte, Elia, pero me voy a casa.  

Le di la espalda y empecé a caminar.

-Vas en la dirección contraria, imbécil –me gritó.

-No, voy en la dirección correcta. 

Continué caminando hacia casa. Todo debía ser cosa de Juan, el muy cabrón siempre se las gastaba así. 

Llegué a la puerta del edificio y saqué las llaves y ninguna entraba en la cerradura. Aquellas eran mis llaves y aquella era mi cerradura, pero por más que probaba ninguna de las llaves abría la puerta. Toqué al timbre del quinto, contesté “el cartero” y me abrieron la puerta.

Subí en el ascensor y cuando llegué a mi piso de nuevo pasó lo mismo. Ninguna de las llaves entraba.  Me iba a tocar llamar a un cerrajero. De repente, la puerta se abrió un resquicio y el rostro de una anciana se asomó.

-¿Qué quiere? –preguntó.

-¿Qué haces en mi casa? –intenté empujar la puerta pero tenía la cadena puesta.

-Voy a llamar a la policía –amenazó mientras cerraba la puerta desde dentro y pasaba el cerrojo. 

-¡Eso, llame a la policía! –grité dándole una patada a la puerta.

Bajé a la calle. Aquello no tenía sentido. Miré la avenida en la que estaba y el  número de la puerta. Aquella era mi casa, no había duda. Miré el panel con los timbres y vi que en el de mi piso no estaba mi nombre escrito. Había otro, uno que no me decía nada. 

Me senté en el portal hasta que el móvil empezó a sonar. En la pantalla aparecía “Elia”.

-¿Pero quieres venir a casa? –me preguntó nada más descolgar.

-Estoy en la puerta.

-No, en la puerta estoy yo. Esperándote. ¿Quieres dejarte ya del jueguecito?

-Me parece que no sé llegar a casa, Elia –contesté al darme cuenta de que, de alguna forma, había un vacío en mi memoria. 

Venerdi. 15 de Abril de 2013.

3 comentarios:

  1. Estaba claro que lo del disco duro tenía que salir por algún lado. De esta forma el relato tiene un doble fondo para los que conocemos la historia, y por ende, una doble lectura, Una filigrana de las que te gusta regalarnos. La historia exterior ya de por si te deja pasmado, eso de perder la memoria tiene que ser de lo más jodido, totalmente frustante, que es tu manera de decirnos lo que te jodio la otra pérdida. Pinta cortaziana que tienes, jejeje. Un juego excelente.

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  2. Menos mal, pensé que se iba a acabar el mundo :))

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  3. Muchas gracias por tus comentarios, ender. La verdad es que me ha resultado muy doloroso perder el disco duro con un montón de archivos que me eran preciados. Al menos he conseguido salvar la mayoría de relatos, aunque no los proyectos en los que trabajaba.
    Me gusta jugar con estos dobles sentidos. La verdad es que escribir me resulta mucho más grato cuando le pongo guiños, juegos, entrecruzo historias, etc. lo veo como una forma de darle una nueva dimensión a la realidad.
    El mundo no se acaba, pero por unas y otras, None no está pudiendo publicar y yo ando medio desaparecido. Hoy me informa de que no podrá y yo ando repasando relatos, así que a ver si en un hueco se me ocurre una pequeña chispa para pasar el momento.

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